Cuento del pecado


Amor y complicidad

En una ciudad apasionada por el fútbol vivía una joven pareja, Laura y Martín. Martín era un fanático del Club Atlético Platense, y su mayor deseo era ver a su equipo jugar desde la tribuna con su pareja, Laura. Sin embargo, las entradas eran exclusivas para socios, y Laura no podía entrar ya que no era socia.

Laura, decidida a cumplir el sueño de su novio, comenzó a idear un plan. No tuvo la mejor idea de pedirle el carnet a su suegro, Mauro. Laura, impulsada por el amor, decidió usar ese carnet para entrar a la cancha.

El siguiente domingo, con nervios en el estómago, Laura y Martín se dirigieron a la cancha. Laura mostró el carnet en la entrada y, para su alivio, los guardias la dejaron pasar sin problemas. Sentados en la tribuna, la emoción de Martín hizo que todo valiera la pena. Desde ese día, cada partido se convirtió en una aventura clandestina que Laura y Martín disfrutaban juntos.

Sin embargo, su suerte no duraría para siempre. Un día decidieron ir a otra tribuna a la no que iban normalmente, mientras pasaban por los controles, un guardia llamado Ricardo notó algo extraño en el carnet de Laura. “No te pareces en nada en comparación con tu Dni y el carnet”, dijo, mirando detenidamente a Laura. Claramente Laura no se iba a parecer a su suegro. Sin perder la compostura, “Es mi tío” dijo Laura con mucho miedo, pero Ricardo, con una ceja levantada,  confrontó a la pareja. "Sabemos que este carnet no es tuyo", dijo con firmeza. "Si vuelven a usar identidades falsas, les retiraremos los carnets y se les prohibirá la entrada a la cancha de por vida."

Laura y Martín, con el corazón en la mano, se disculparon y prometieron no hacerlo más. Salieron de la cancha sintiéndose derrotados, pero la pasión por su equipo y el deseo de compartir esos momentos especiales era más fuerte que el miedo a ser descubiertos, ya no les importaba nada.

El siguiente domingo, con una mezcla de adrenalina y amor, Laura y Martín se presentaron nuevamente en la cancha en la tribuna a la solían ir normalmente. Laura seguía yendo con el mismo carnet, el de su suegro. Entraron sin problemas y volvieron a sentir la emoción de estar en la tribuna.

Pasaron las semanas y, aunque vivían con el temor constante de ser descubiertos, cada partido valía el riesgo. Sabían que en cualquier momento podrían ser atrapados y perder sus privilegios, pero el deseo de Martín de ver a su equipo y el amor de Laura por cumplir ese deseo eran más fuertes que cualquier amenaza.

Finalmente, un día, Ricardo los vio nuevamente. Sin embargo, en lugar de detenerlos, sonrió con resignación. Había algo en la determinación y el amor de la joven pareja que lo conmovió. Decidió hacer la vista gorda y dejó que entraran, sabiendo que, a veces, la pasión y el amor merecen una segunda oportunidad.

Así, Laura y Martín continuaron yendo a la cancha juntos, cada partido una celebración de su amor y su devoción por el fútbol, conscientes de que, pase lo que pase, siempre encontrarían la manera de estar juntos en las gradas, animando al equipo de su novio Club Atlético Platense.

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